“Ahora sabemos lo que tenemos que hacer. Nos lavamos las manos con agua
clorada varias veces al día, cada vez que muere alguien llamamos para
que el Gobierno se haga cargo y si una persona tiene fiebre o síntomas,
no lo tocamos sin guantes o mascarilla”. Natanio Williams, chófer de 50
años, vio morir a su cuñado de ébola y parece haber aprendido la
lección.